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La culpa ¿ para qué sirve?

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La inutilidad de la culpa

El primer día que conocí a Elena estuvo toda la sesión llorando. Invadida por la culpa incluso por estar en sesión. Entre lágrimas, repetía una y otra vez que a ella no le pasaba nada, en realidad, no podía quejarse, si lo tenía todo; un buen trabajo, una pareja, amigos y familia.

 

Pide cita | Muchas veces, me encuentro en consulta con mujeres que se sienten culpables por cada cosa que ocurre a su alrededor, responsabilizándose de su propia vida, pero también del bienestar de las personas más cercanas (a veces, también, aquellas que no lo son tanto).

Culpables por no tener una vida perfecta, por no llegar a todo, por no ser madres o por serlo y no disponer de todo el tiempo para ocuparse del trabajo, por trabajar o por renunciar, por no ver lo suficiente a sus amigas, a sus padres, a su pareja, por no hacer suficiente deporte, por no comer lo suficientemente bien, por no tener un cuerpo suficientemente bonito…

 

Todos hemos podido sentir culpa en algún momento de nuestras vidas. En algunas ocasiones esta emoción es útil, tiene una función y nos permite adecuar nuestra conducta a la situación. Pero en muchas otras, esa emoción aparece cuando no cumplimos con algunos estándares socialmente aprendidos pero que nos resultan inútiles o arbitrarios, generando una vivencia muy intensa y desagradable. Además, esta experiencia puede modificar nuestra forma de comportarnos, llevándonos a adaptar nuestra vida al cumplimiento de exigencias elevadas que nos producen una gran insatisfacción.

 

¿Qué es la culpa?

 

Elena se sentía fatal cada vez que algún compañero le pedía ayuda en el trabajo, así que muchas veces decía sí aunque no tuviera tiempo suficiente. Cómo, pudiendo hacerlo, iba a decirle que no. También se sentía mal cuando por haberse quedado hasta tarde, no llegaba a su clase de spinning, pensaba que siempre se organizaba fatal y que era un desastre por no cuidarse. 

 

Como toda emoción, la culpa es una respuesta afectiva transitoria que nos ayuda a realizar una acción congruente con ella. En este caso, la culpa es un estado emocional doloroso que nos estaría informando de una inadecuada actuación con respecto a los estándares sociales, éticos o personales.

 

Se considera que la emoción de culpa es de origen social, ya que las normas morales que rigen la bondad o la maldad dependen del contexto cultural, en nuestro caso, la sociedad en la que vivimos está muy influenciada por la tradición judeo-cristiana y las creencias que se derivan de ella. Por ello es tan frecuente que todos la hayamos experimentado alguna vez.

 

 A pesar de esto, la vivencia y expresión de la culpa depende también de factores individuales relacionados con la historia de aprendizaje de cada persona. 

 

¿Para qué sirve la culpa?

 

Como decía, la culpa aparece cuando una persona transgrede una norma social o personal, aceptando así que ha actuado mal. De esta manera, la función principal de la culpa es empujarnos a actuar, nos sirve para promover la acción, es decir, llevar a cabo una conducta de reparación del daño causado. Además, al ser experimentada de forma tan desagradable nos previene de repetirla. 

 

La culpa implica que podamos llevar a cabo un proceso de autocrítica de una conducta concreta, produce que nos preocupemos prioritariamente por el daño causado, facilita la empatía y promueve esos intentos de reparación.

 

En este caso, para resolver esta emoción identificaremos lo que sentimos, reconoceremos el daño causado y llevaremos a cabo una conducta de reparación (pedir perdón, reponer un objeto roto…)

 

Culpa disfuncional

 

Pero qué pasa cuando esa reparación no es suficiente, cuando a pesar de haber reparado el daño no me siento mejor o, mejor aún, cuando no hay daño que reparar. Probablemente, en este caso la culpa no está siendo funcional, la acompañan una serie de pensamientos distorsionados que nos invaden sin avisar y nos atormentan, interfiriendo en nuestra forma de actuar..

 

Estos pensamientos aparecen en forma de reglas que regulan nuestro comportamiento; para ser una buena hija debes complacer a tus padres, para ser una buena pareja debes saber qué es lo que el otro quiere o necesita y dárselo, para ser una buena amiga debes escribir todos los días, para ser una buena madre debes ir al parque, estar en las reuniones, jugar, hacerles la cena, el baño… y si no lo haces, no eres válida. Estos son sólo unos ejemplos. 

 

Elena pensaba que en el trabajo hay que llevarse bien con los compañeros, cuidarlos y ayudarlos en todo lo que se pueda. No hacerlo la convertiría en una egoísta y una mala persona. Esta norma la cumplía siempre, sentía muchísima culpa sólo con pensar que alguno de sus compañeros pudiera pensar mal sobre ella. 

 

Estas distorsiones tienen que ver con la autoexigencia del cumplimiento de la norma social llevada al extremo, sin tener en cuenta además, cuál es nuestro contexto. Muchas veces, aceptamos esa norma sin más, sin hacer un ejercicio crítico de dónde viene y para qué nos sirve. La incorporamos a nuestra vida sin ni siquiera preguntarnos si realmente creemos que es válida, justa, importante, si la queremos en nuestra vida o no. Y en esta situación, hacemos cosas para evitar sentir esa culpa.

 

Reconocer cuáles son esas normas que hemos aprendido y que utilizamos para dirigir nuestra conducta es un paso fundamental para poder cambiarlas. Necesitamos revisarlas y tomar decisiones al respecto; ¿de verdad quiero sentirme obligada a llevar una vida perfecta, de verdad quiero tener “éxito” en ese trabajo, de verdad quiero tener pareja, etc.?

 

Muchas veces, afrontar un cambio en nuestra forma de actuar, empezar a decir NO, priorizarme frente a los demás, cambiar de trabajo, es difícil. Nos enfrentamos a la incomprensión del entorno o, incluso, al rechazo. Además, de que nuestra emoción va a seguir apareciendo en el corto plazo, porque empezaremos a hacer esas cosas que hemos decidido pero la norma sigue vigente. Un buen trabajo terapeútico nos ayudará a tener las herramientas adecuadas para afrontar las dificultades.Pide cita

 

Tras algunas sesiones Elena fue dándose cuenta de que sentía tanta culpa porque su vida estaba repleta de normas que nunca se había parado a observar. Hasta el punto en que dudaba de que tuviera derecho a pedir ayuda por ese malestar que no entendía. Poco a poco fuimos identificando esas normas y cuestionando su utilidad, Elena tomó algunas decisiones e hizo cambios en su vida. No fue fácil, pero la culpa disminuyó considerablemente.

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Raquel Martínez

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