Desde que había conocido a su pareja, las discusiones eran muy fuertes. Nunca había experimentado algo similar. No estaba acostumbrada a esa actitud tan violenta. No había contacto físico, pero los gritos y el descontrol eran desbordantes a veces
Pide cita | Todos/as tenemos en nuestro cerebro, ciertos esquemas que nos ayudan a procesar la información, basándonos en la experiencia y en formas de pensar que en algún momento nos han sido útiles. Esto no siempre es algo positivo, ya que, como hemos comentado en alguna otra ocasión, nos lleva a ver la realidad siempre a través de “unas mismas gafas”, que no nos permiten apreciar los matices de lo que realmente sucede.
Como en muchas otras áreas, las mujeres tenemos que cargar con una lacra mucho mayor que los hombres, al estar inmersas en una sociedad patriarcal, en la que imperan ciertas creencias que aún tenemos grabadas a fuego en nuestro subconsciente, a pesar de que luchemos contra ellas. La violencia de género se entiende como cualquier tipo de violencia dirigida a una mujer por el mero hecho de serlo, tratando de ejercer sobre ella un poder que se basa en la discriminación y la desigualdad entre ambos sexos; esto comprende las agresiones físicas y psicológicas, las sexuales, e incluye coacciones, amenazas y, en muchos casos, una privación arbitraria de libertad.
Las cifras acerca de la violencia de género son escalofriantes, ya que una gran parte de las víctimas jamás llega a denunciar al agresor y otra gran parte retira la denuncia al poco tiempo de interponerla, pudiendo seguir con la relación de pareja en ambos casos. Aparte de algunas otras razones como las económicas, los hijos a cargo, el miedo… existen algunas, directamente relacionadas con nuestra forma de pensar y razonar.
La violencia de género no comienza de forma abrupta, ya que, si fuera así, prácticamente todas las mujeres saldrían rápidamente de esas relaciones; en cambio, comienza de forma sutil, y es precisamente en este punto en el que encontramos una gran cantidad de creencias que nos limitan y permiten al agresor mantenernos atrapadas en sus redes. Estas creencias son las que conforman las distorsiones cognitivas, que son aquellas formas erróneas de procesar la información, que dan lugar a malinterpretaciones de lo que ocurre a nuestro alrededor, generando múltiples consecuencias negativas. Por otro lado, algo muy habitual también, es el autoengaño, a través del cual, la víctima se niega a verse como tal, considerando que su situación es muy diferente a la que viven otras mujeres que sí que son realmente maltratadas.
DISTORSIONES NEGATIVAS. EJEMPLOS
La negación
Una forma de reaccionar en estos momentos en los que la violencia tan sólo se deja ver de una forma sutil, es negando que existe ese problema. La negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos, negando su existencia o relevancia para uno/a mismo/a; así, se rechazan aquellos aspectos de la realidad que se consideran desagradables. No es raro escuchar a mujeres hablando de sus parejas, realizando los siguientes comentarios: “mi novio es muy celoso, pero es porque me quiere mucho”, “mi marido no es un maltratador, sólo que a veces se pone muy nervioso y no sabe lo que hace”, o incluso, “un bofetón no es un maltrato”.
La minimización
Otra forma de procesar este tipo de problemas es utilizando la minimización, para no permitirnos darle la importancia que merece. En este caso, podemos escuchar comentarios como “no me insultó, es que estaba muy nervioso y no sabía lo que decía”, “no quiso romper la puerta, pero no controló su fuerza”, o incluso, “sólo me empujó porque se le fue la mano”.
Abstracción selectiva
A través de la abstracción selectiva, la víctima consigue ignorar las partes de su pareja que le hacen daño, centrándose, únicamente, en las partes positivas de éste (que, como en todo ciclo de violencia, coexisten con las negativas). Así, es habitual escuchar cosas como “a pesar de que a veces me insulta cuando estamos solos, a mis amigos les cae genial”, “cuando se enfada tanto conmigo, siempre vuelve a casa con un regalo para pedirme perdón”.
Justificación de conducta
Otra forma de reaccionar ante estos conflictos es tratar de justificar la conducta violenta de su pareja, restando intencionalidad de dañar, considerándolo como parte normal dentro de una relación. Así, es frecuente encontrar a víctimas que se autoinculpan, atribuyéndose la responsabilidad de lo sucedido: “Él no quiere pegarme, pero es que no sabe controlarse”, “en el fondo sé que yo también lo hago mal y por eso se pone tan nervioso”, “si hubiera hecho lo que él me había pedido, no habría pasado lo que pasó” …
Esperanza de cambio
Y, por último, algo que todas las mujeres en esta misma situación comparten, es la esperanza de cambio en su pareja con respecto a este tipo de conductas, para que no vuelvan a repetirse, cayendo continuamente en perdonar, olvidar y cualquier otro de los mecanismos mencionados.
Indefesión aprendida
El ciclo de la violencia desequilibra a cualquiera, ya que, su intermitencia es incontrolable y nunca se está preparada para reaccionar ante ella. Así, la víctima entra en verdaderas montañas rusas emocionales, pasando por momentos positivos junto a su pareja cuando éste se disculpa, y por verdaderos infiernos cuando tienen lugar las agresiones. En estos momentos aparece la indefensión aprendida, en la cual la víctima pierde la capacidad de defenderse, ya que ha aprendido que, nada de lo que ella haga, servirá para frenar la violencia que su pareja ejerce sobre ella, generando en ella profundos sentimientos de resignación.
Revisó todo aquello que le hacía justificar las explosiones de ira de su pareja y se dió cuenta que nada podía justificarlo. Tenía que poner límites a su relación antes de que ésta acabara con su autoestima.Pide cita |
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