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Cómo gestionar el estrés laboral

¿Es posible trabajar sin estrés? 

 

Hacía tiempo que no conseguía dormir bien y se encontraba mucho más irritable. En su trabajo nada le motivaba y sentía que todo le desbordaba y que no estaba a la altura. No se reconocía, ya que siempre le había gustado ir a la oficina. No entendía qué le estaba pasando.

 

Pide cita con una psicóloga | Es muy posible que, en varias ocasiones, te hayas planteado esta pregunta. Y seguramente lo hayas hecho en momentos de cansancio, de saturación o de enfermedad, lo que nos lleva a pensar inevitablemente en que el estrés es algo negativo, algo a evitar. Sin embargo, también es muy posible que en otras ocasiones el estrés te haya motivado a hacer algo que tenías pendiente, a tomar decisiones que estabas demorando o te ha hecho reaccionar ante alguna emergencia o alejarte de algo que suponía una amenaza para ti. 

El estrés, como todas las emociones, cumple una función importante para nuestra supervivencia y nos permite una mejor adaptación al medio. Esa es su razón de ser. Ahora bien, sabemos por experiencia que no siempre el estrés nos ayuda a adaptarnos mejor. ¿Cuál es el problema entonces? 

Qué es el estrés

Para encontrar una respuesta a esta pregunta conviene recordar qué es el estrés. El estrés es la respuesta de nuestro organismo ante estímulos externos que son percibidos como peligros, amenazas o retos. Ante estos estímulos el cerebro emite señales de alarma al resto del organismo que reacciona liberando hormonas que alteran el funcionamiento equilibrado del organismo con objeto de prepararnos para defendernos o huir. Como consecuencia, se aumenta la tensión arterial, se ralentiza el funcionamiento de algunos de sus sistemas (como el digestivo) y se acelera el de otros (respiratorio, cardíaco). Todo estos cambios movilizan nuestras defensas porque el objetivo siempre será sobrevivir. 

El estrés que nos estimula y que nos permite enfrentarnos a los problemas se puede considerar como estrés positivo o “eustrés”. Este tipo de estrés estimula la creatividad, activa nuestros recursos, favorece que valoremos la información relevante y que tomemos decisiones acertadas. 

Sin embargo, el estrés puede estar en la base de muchos problemas (distrés) si atendemos a la adecuación de su intensidad, frecuencia y duración en el tiempo. Está demostrado que un estado de estrés mantenido en el tiempo nos expone a niveles de cortisol elevados, agota los mecanismos de alarma que no pueden mantenerse durante tanto tiempo y acaba generando un desgaste en nuestros sistemas. 

Por esta razón, el estrés mantenido se relaciona con una gran cantidad de trastornos respiratorios (asma, hiperventilación…), cardiovasculares (hipertensión, alteraciones del ritmo cardíaco,..), inmunológicos (enfermedades infecciosas, herpes,…), endocrinos (hiper e hipotiroidismo), dermatológicos (prurito, sudoración excesiva, dermatitis, caída del cabello,…),  así como con agravamiento de la diabetes, dolores crónicos y cefaleas, alteraciones sexuales (alteraciones de la lívido, eyaculación precoz, impotencia,…) y diversos trastornos psicopatológicos, como ansiedad, miedo, fobias, depresión, conductas adictivas, insomnio, entre otros. 

Las fuentes del estrés en el trabajo

Las fuentes de estrés son variadas y subjetivas. Normalmente, el estrés aparece cuando percibimos un desequilibrio entre nuestros recursos y lo que la situación demanda, es decir, cuando creemos que no podemos atender con éxito el objetivo que se nos propone.

En el entorno laboral esto implica que nuestro grado de estrés va a estar influido por varios elementos. Algunos de ellos dependen de nosotros, como por ejemplo: nuestro autoconcepto: si nos sentimos capaces y nos valoramos adecuadamente; nuestros conocimientos, aptitudes y habilidades; el nivel de energía que tenemos, la motivación, el compromiso; nuestro estilo personal de pensar; nuestras necesidades, aspiraciones y expectativas; nuestra capacidad de organizarnos; nuestra tendencia a la impulsividad y/o a la reflexividad; nuestra capacidad de tomar decisiones y, por supuesto, nuestro estado de ánimo.  Sin embargo, también entran en juego otros factores que no siempre están bajo nuestro control, como los recursos humanos y materiales, las condiciones de trabajo, la estructura de la organización, el estilo de liderazgo o el contenido y características de la tarea que nos toca desempeñar.

Así, un ambiente especialmente caluroso, ruidoso o sucio se convierte en fuente de estrés, de la misma manera que la sobrecarga o la ausencia de trabajo, la repetitividad de nuestras tareas, el ritmo acelerado o muy lento de trabajo, las ambigüedades y conflictos en los roles, las relaciones personales, el grado de participación y control en las decisiones que nos atañen, el grado de responsabilidad que tenemos o los cambios en la organización. 

 

Cómo sé si estoy sufriendo estrés

Normalmente, todas las personas gestionamos un cierto nivel de estrés y desarrollamos estrategias para mantener un equilibrio entre activación y calma. Sin embargo, no siempre es así y nuestro cuerpo activa mecanismos para informarnos. En este punto, es especialmente importante aprender a detectar los síntomas del estrés en nosotras mismas, tanto fisiológicos como emocionales, cognitivos o conductuales. Cada persona tiene sus propios códigos y es fundamental conocerlos para poder atenderlos.

Síntomas del estrés

Algunos síntomas cognitivos y emocionales podrían ser los siguientes: estar especialmente irritable, más sensible a los comentarios, con sentimientos de vulnerabilidad y de preocupación constante, con cambios de humor arbitrarios, con olvidos o despistes muy inoportunos, con sensación de confusión y de falta de control o con dificultades para concentrarnos y dirigir nuestra atención.

Si observamos nuestra conducta podemos encontrar habla acelerada, explosiones emocionales improcedentes, desorden en la comida (por exceso o por defecto), falta de apetito, tics o risas nerviosas, tendencia creciente a bostezar o suspirar, falta de precisión en nuestros movimientos (torpeza excesiva), consumo de alcohol o drogas buscando relajarse o conductas impulsivas que pueden provocar situaciones de riesgo.  

Por último, a nivel fisiológico podemos notar desórdenes digestivos (dolor de tripa, diarrea o estreñimiento), dolores de cabeza, rigidez en alguna parte de nuestro cuerpo (mandíbula, cuello, espalda,…), achaques frecuentes, cansancio, pérdida o aumento de peso o alteración del patrón de sueño (dormir demasiado o tener problemas para dormir). 

Cómo gestionar el estrés

Aunque no es posible liberarnos del estrés completamente, afortunadamente existen diversas maneras de minimizar su impacto negativo. Existen distintas técnicas que nos permiten afrontar el estrés y gestionarlo de manera inteligente. 

En este sentido, podemos intervenir en nuestra gestión del estrés trabajando con nuestros pensamientos, nuestro cuerpo y nuestra conducta. A nivel de pensamiento se proponen técnicas que permiten cambiar nuestra forma de valorar las situaciones que nos resultan amenazantes, ajustando sus dimensiones y su intensidad; revisando los pensamientos, las creencias y los valores que nos posicionan sistemáticamente ante un entorno hostil y que resultan poco productivos. Desde un trabajo fisiológico, existen técnicas de respiración, relajación, meditación o mindfulness que permiten reducir la activación fisiológica y el malestar asociado. Y desde un enfoque más conductual el foco de trabajo se centra en entrenamientos de solución de problemas, asertividad, habilidades sociales y autocontrol. 

Todas estas técnicas tienen una probada eficacia y debidamente combinadas pueden ayudar a gestionar el distrés. Sin embargo, todas ellas descansan sobre un pilar fundamental que no es otro que tener unos buenos hábitos de base, un piloto automático que garantice que nos mantenemos en el carril, que nos proteja de las posibles desviaciones, una reserva que nos sirva para afrontar momentos tensos o demandantes. Entre esos buenos hábitos quiero destacar los siguientes: cuidar nuestra dieta procurando equilibrar nutrientes; mover nuestro cuerpo para favorecer un buen estado físico en la medida de nuestras posibilidades; cultivar relaciones sociales que nos hagan sentir apoyados y acompañados, salir de nosotros mismos e interesarnos por los demás; invertir tiempo en distracciones saludables y enriquecedoras y, por último, pero no menos importante, utilizar el humor siempre que podamos, invirtiendo en cultivar una actitud amable, sonriente y desdramatizada ante la vida.Pide cita con una psicóloga |

 

Identificó las situaciones que le generaban un estrés excesivo y lo planteó en el trabajo. Delegó todo lo que pudo y moderó la autoexigencia. Con ayuda y aumentando los momentos de distracción en su tiempo libre gracias a sus amigos y el deporte, pudo volver a gestionar mejor su día a día y recuperó la motivación en el trabajo.

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Carmen Gómez

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