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Responsabilidad afectiva en una relación

La responsabilidad afectiva

 

Hacía un tiempo que había empezado a conocer a más gente gracias a una aplicación social. Se había dado cuenta que allí la gente se relacionaba sin tener en cuenta las emociones de los demás. Ella quería ser más cuidadosa, sobre todo porque así estaba acostumbradaa comportarse, pero no quería anteponer las emociones ajenas a las suyas propias. No sabía bien cuál era el equilibrio entre respetar y respetarse.

 

Pide cita | Desde hace unos años se habla de la responsabilidad afectiva en diferentes blogs y foros; lo que me resulta más interesante es que se trata de un término “en construcción”, con lo bueno y lo malo que eso implica.

Muchas de estas conversaciones surgen en grupos de relaciones abiertas o poliamorosas, pero también en entornos feministas. Así que lo que quiero compartir aquí es que la responsabilidad afectiva es para todas, todos y todes. Y es aplicable tanto a las relaciones de pareja, como a las de amistad, las familiares y, si lo contextualizamos, incluso a las laborales.

Porque la responsabilidad afectiva no es otra cosa que el hacerse cargo de los afectos que despertamos en aquellos y aquellas con quienes nos relacionamos. 

Consiste en no engañar a nuestra cita del Tinder diciéndole que buscamos una relación seria, cuando lo único que queremos es tener sexo. Consiste en no decirle a una amiga que la echamos de menos y tenemos muchas ganas de verla, cuando realmente estamos dándole largas, y no ocupándonos de cómo se puede encontrar porque ya no nos apetece relacionarnos con ella. Consiste en ir a la función de baile de nuestra hija aunque tengamos que cancelar una reunión de trabajo, porque se lo hemos prometido. Y, por qué no, consiste en no decirle a tus empleados que les vas a mejorar sus condiciones laborales, cuando no tienes intención de ceder ninguno de tus beneficios, y lo que quieres realmente es que no busquen otro empleo. 

 

Cómo mejorar la responsabilidad afectiva

Para saber si esto es algo que ya aplicas a tu vida, o que te gustaría incorporar, te propongo que respondas con sinceridad a las siguientes preguntas:

¿Tengo claro qué es lo que quiero en mis relaciones?

Todas cambiamos, y lo que un día nos vale, al siguiente puede dejar de hacerlo. Hoy puedes desear tener una pareja sentimental en exclusividad, pero el fin de semana apetecerte salir y divertirte sin compromisos. 

 

Me refiero a ser sincera con una misma sobre qué es lo que quieres, sin plantearte qué querías ayer o qué querrás mañana. Y no, no es egoísmo; es no engañarnos a nosotras mismas. Es intentar dejar de complacer a los demás, tal y como nos han enseñado, y empezar a querernos más.

 

Aquí también hay un segundo componente, y es que para saber lo que quiero tengo que conectar mi pensamiento con mis emociones y mis comportamientos. Incluso más allá de las emociones, las sensaciones de nuestras “tripas”.

 

¿Soy abierta explicando esto a mi entorno, o tiendo a ocultar lo que quiero?

Muchas veces sentimos que, si somos demasiado sinceras, la gente puede huir de nosotras, o que no estarán dispuestas a aceptar lo que nosotras les proponemos. Y de eso hablamos precisamente, de que cuando somos sinceras con nosotras y con los demás, nos pueden rechazar. Que tendremos que ser capaces de aceptarlo y soportarlo, por difícil que nos parezca.

 

¿Suelo hacer caso a mi instinto?

Quizás tengas una amiga que cuando comienza una relación, te dice “algo no me gusta de esta persona, pero el resto es perfecto”; puede que seas tú misma quien intentes esconderte que hay cosas que no te convencen nada desde un primer momento, y que sabes bien que son importantes para ti. Pero seguimos adelante, tapamos esas cosas que no nos gustan, intentamos hacer que no existen y nos embarcamos en una relación una vez más. Hasta que, tarde o temprano, todo termina y piensas “¿por qué no me hice caso, si yo ya lo sabía?”. 

Hablamos ya no solo de escucharnos y ser coherentes con nuestras sensaciones, sino de anticiparnos y evitar enredarnos en situaciones que nos desgastan y agotan.

 

¿Soy considerada con los sentimientos de las personas que me importan?

Entramos en un punto delicado, porque no se trata de que cada cosa que hacemos o decimos estemos pensando en cómo se lo tomará la familia, los amigos, la pareja. Una no puede sentirse responsable de cómo se sienten los demás con respecto a sus acciones; nos referimos a tener conciencia. La línea entre ser considerada y sentirse limitada es demasiado fina y corremos el riesgo de ocuparnos de los sentimientos de los demás antes que de los propios. Por eso hablaba al comienzo de “lo bueno y lo malo” del término. Si nos han educado para ocuparnos y atender a los demás, ¿no es la responsabilidad afectiva una nueva forma de no pensar en nosotras mismas?. 

 

Por eso, dando un paso hacia atrás, pongo el foco en que somos animales sociales, e inevitablemente lo que hacemos y decimos afecta a nuestro entorno. Asumir que, si miento, engaño o no soy clara, mis relaciones se basarán en estos mismos pilares, además de hacer un daño innecesario a los demás. 

 

Con todo esto, con sus pros y contras, incorporar la responsabilidad afectiva a nuestra vida nos puede aportar beneficios. Entre otros, conseguir llevar una vida más sencilla y coherente, más feliz, donde construir unas relaciones sanas, enriquecedoras y duraderas.  

Si tienes ideas con las que sigamos juntas construyendo este concepto, te animo a que dejes tu comentario. Y si quieres que trabajemos sobre esta responsabilidad, puedes pedirme una cita. Pide cita

 

Empezó a reflexionar sobre sus necesidades y sus principios, sobre qué era aquello que quería o no quería hacer. A veces sentía que anteponía el bienestar ajeno al suyo propio y era muy frustrante para ella comprobar que los demás no tendían a hacerlo así. Pidió ayuda para encontrar el equilibrio y empezó a gestionar mejor sus relaciones.

 

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